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Ensalada, menestra de verduras, macedonia de frutas... Seguramente, si le preguntamos a un niño o una niña por su plato preferido, no nombre ninguna de los anteriormente citados y, en muchos casos, puede que ni los conozcan. Y es que en España, como en la mayoría de países desarrollados, los malos hábitos en la alimentación de niños adultos es ya un problema reconocido por la OMS, que avisa sobre el riesgo que la obesidad y el sedentarismo tienen para nuestra salud. Solo en España, el 40,6 % de los niños entre 6 y 9 años tienen sobrepeso u obesidad así como un 20 % de los adolescentes.

Unas cifras muy preocupantes que se explican por diversos factores como el económico (los productos frescos son más caros que los alimentos ultraprocesados), pero que, sobre todo, se explica por los malos hábitos alimenticios que se adquieren desde la infancia. Por eso, en el Colegio El Armelar de Valencia decidieron poner su granito de arena y hacer lo posible por acercar los beneficios de las frutas y verduras a sus alumnos y alumnas, desde Infantil a Bachillerato, y concienciarlos de los beneficios que una dieta equilibrada y saludable tienen para su salud y, en definitiva, para su vida.

¿Pero cómo hacerlo implicando directamente al alumno y alumna en la necesidad de comer bien? Los libros de texto y las charlas podían ayudar, pero no eran suficiente. Así que, armados con tierra fértil y mucha ilusión, decidieron plantar su propio huerto con frutas, hortalizas y verduras e implicar a los estudiantes en todo el proceso, desde el trabajo de la tierra, el regadío, la plantación de las semillas y, cómo no, la recogida de los alimentos. 

“No es lo mismo que te lo cuenten delante de un libro o en una pizarra en una clase, a que lo vivas en primera persona” explican Mónica Fortea y Ricardo Silla, coordinadores del huerto y profesores del Colegio El Armelar. “La norma cuando vamos al huerto es volver con las manos sucias” dice Mónica, a la que no se le disimula en la voz la alegría y orgullo que para ella supone el huerto y, lo que es más importante, la gran acogida que el proyecto tiene entre alumnos, padres, profesores y directivos del centro. 

Para llegar hasta aquí, Ricardo, el impulsor de la idea, cuenta que fue un proceso largo de muchas horas de trabajo: “Para poner el huerto lo primero que hay que hacer es buscar un sitio donde se den las condiciones idóneas: que tenga una tierra más o menos fértil, que tenga luz, que tenga posibilidad de conectar tomas de agua... hubo que trabajar mucho la tierra. Ha sido cuestión de ir fertilizando, hemos comprado incluso remolques enteros de abono porque la tierra era un poco seca”.

Además, requiere también de mucha coordinación por parte del personal docente, con “muchas reuniones entre nosotros para organizarnos y para poner sobre el papel todas las ideas que iban surgiendo y el tiempo para llevarlas a cabo y, a partir de ahí, ir implicando a más profesores. Hemos conseguido que todos los cursos estén implicados: todos pasan por el huerto dos o tres veces al año mínimo. Algunos hacen incluso más sesiones seguidas el mismo trimestre, lo que lleva una importante cantidad de organización”. 

Desde hace tres años, el centro cuenta con dos temporadas de huertos porque hacíamos en verano que era justo cuando comenzaban las vacaciones entre finales de junio y julio, entonces vimos importante hacer otro de inverno y así teníamos todo el curso prácticamente el huerto en funcionamiento” comenta Ricardo. De esta forma, en el colegio El Armelar se pueden encontrar todo tipo de alimentos de temporada de invierno como cebollas, habas, tirabeques, lechugas, aromáticas, espinacas, brócoli, alcachofas... O de verano: lechugas, calabaza, calabacines, pimientos, tomates, etc.”

De esta forma, los niños y niñas aprenden cuáles son los alimentos de temporada o a poner en valor el consumo en el pequeño comercio, así como la importancia de nutrirse bien. Mónica y Ricardo explican que, durante la cosecha, son los propios alumnos los que prueban, directamente de la planta, un tomate cherry o un tirabeque, algo que en casa ni se les ocurriría comer, pero que, al verlos en el huerto y haber recogido con sus propias manos, saborean de forma especial o, como dicen los propios alumnos: “hay veces que mientras labras el terreno, pruebas un tirabeque y descubres que está bueno”.

El huerto, no obstante, no solo educa en la importancia de una sana alimentación o el respeto por el medioambiente, también es una gran herramienta de trabajo para otras materias: “si salen calabacines o calabazas, como tenemos un laboratorio en el cole, los grupos de más mayores piden sesiones en el laboratorio y, por ejemplo, traen calabazas de diferentes supermercados y prueban también la nuestra y miran el valor nutricional” explica Mónica. “En 1º de Bachillerato se estudia el huerto desde el punto de vista bioquímico o desde el punto de vista geológico: se analiza y se hacen tomas de muestra del suelo, se estudia el consumo del agua, el ahorro energético...  Por ejemplo, hemos hecho un estudio del agua que gastamos, porque antes regábamos a manta y después invertimos en el riego por goteo, lo que ha mejorado el crecimiento de los vegetales y al mismo tiempo hemos disminuido el consumo de agua”.

Tampoco se puede obviar, en un centro de la Institución Teresiana, el valor que el huerto tiene no solo en un sentido material, sino también como un lugar de reposo espiritual y personal. “Somos un colegio con una misión, visión y valores muy claros, y toda esa parte del trabajo de la persona, ver cómo crece a nivel personal y emocional es muy importante y el huerto es un lugar idílico y precioso de contacto con la naturaleza y contigo mismo. Bajar allí y poner una música serena y tener una oración a primera hora de la mañana, una interiorización, una meditación, es increíble” apunta Mónica. 

Al terminar el curso escolar, el huerto ha dejado huella en todos los alumnos y alumnas del colegio, se ha recogido la cosecha y cada niño y niña se va de vacaciones con su propia lechuga. Y es que cuando plantas ilusión, la riegas con mucho trabajo y la mimas con cariño, el fruto que sale no se ve, pero su valor es incalculable.